Hace ya 12
años que cambié de traje. Decidí no quedarme cogido al obelisco de mi Buenos
Aires querido, llorando un tango y viendo como todo lo que había logrado en
esos mozos 35 años de vida se iba por el desagüe de a poco. Tenía un traje de
empresario de una modesta Pyme de informática y, como muchos otros compañeros,
veía que estábamos por chocar el Titanic contra el Iceberg de la crisis
financiera. Eran los comienzos del 2001 en Argentina y no teníamos ni siquiera
a Leonardo Di Caprio para que pudiera salvarnos en una balsa. Fue entonces
cuando me planteé cambiar ese traje de empresario por uno más modesto, el mismo
que usaron mis abuelos, dejando atrás su terruño, su gente, sus aromas, sabores
y se animaron a cruzar el gran charco.
Ellos, con
mucha menos formación, con medios más básicos y, como se suele decir, con una
mano detrás y otra delante, decidieron apostar por la semilla de la esperanza
para germinarla en tierras que no conocían, en una época donde los medios de
comunicación más avanzados eran los telégrafos y el viejo correo postal. Mis
motores fueron estas dos razones: la primera, si ellos pudieron con menos
recursos y medios, ¿cómo no podría yo hacerlo con mi formación y todo lo que me
ofrecía el siglo XXI?; la segunda, mis abuelos se fueron de este mundo soñando
volver a ver su tierra, ¿podría yo cerrar ese círculo y cumplir sus sueños
pisando ese terruño del que tanto había escuchado?, ¿me encontraré con sus
recuerdos, gentes, aromas y sabores desconocidos por mi, pero grabados con
fuego en mis genes? Me dispuse como ellos: cogí un buen puñado de esas
semillas, me calcé con mucho orgullo ese modesto traje, el mismo que llevaron
hasta el final de sus maravillosas vidas, “El traje del emigrante” y me vine
para empezar como ellos, de cero.
Gracias a mis
abuelos, como expuse en un post anterior, y en parte a mis amigos que me
animaron, desarrollé y sigo desarrollando una pasión por los sentidos: cómo
interactúan en nuestra memoria sensorial y cómo se reflejan en nuestro modo de
vida. Actualmente mi nueva profesión y constantes estudios me llevan a probar y
analizar diversos productos, centrándome este último tiempo en bebidas,
destilados, infusiones y maceraciones. Imparto también algunas formaciones y
catas profesionales, dejando el resto de mi tiempo a escribir una guía
catálogo, utilizando las muestras que me llegan directamente de los productores
y mercados de diversos puntos del globo, colaborando con ellos en la selección
de tés y blends.
Hoy tengo 47
años, y por suerte, no dejo de formarme y compartir con ustedes de alguna
manera aquellos temas que son “Para mimar los sentidos”. Tuve la suerte de
trabajar con estupendas empresas del retail, donde completé y consolidé mi
experiencia en temas como marketing, visual, formación y motivación en técnicas
de venta para empleados y franquicias.
Hasta ahora,
en este blog traté de ayudarles “Para mimar los sentidos”, pero por más que lo
intento no puedo estar ajeno a lo que está pasando día a día. Veo con mucha
tristeza cómo muchas pequeñas tiendas de toda la vida, seguramente aquellas
donde compraron mis abuelos, van echando el cierre. También otras donde ponen
mucho empuje por mantenerse a flote, con la que está cayendo, y muchos pequeños
emprendedores que hipotecan lo que no tienen por plantar esa semilla de la
esperanza para buscar una salida.
Desde aquí,
les propongo modestamente asesorarles y colaborar a partir de este momento.
Para todos aquellos que tienen una tienda o pequeña empresa que precisen una
mano. Les dejo mi correo personal para ponernos en contacto. Podemos programar
catas, formación o asesoramiento, tanto para los empleados como para vuestros
clientes. Para mi seguirá siendo una manera de mimar los sentidos y ver como
esa simple semilla germina y da sus frutos.