miércoles, 24 de febrero de 2016

Para vos



Para vos, claro.

Si fuera tan simple dar un consejo o una receta para poder eliminar el sabor amargo del dolor enquistado en las entrañas. Algo tan simple como introducir unas pinzas o la misma mano por la boca, localizar ese dolor y luego encerrado en el puño para así soltarlo al viento para que alcance el cielo. Si fuera así, no serían necesarios los psicotrópicos, los psiquiatras, los psicólogos y aliviaríamos también a nuestros amigos de tener un hombro húmedo.

El dolor se hace con el tiempo similar a un callo, un anillo de compromiso o las gafas recetadas. Algo a lo que te terminas acostumbrando a llevar, y si es así, no lo escondes, forma parte de ti.

Con el dolor comprendes que eres un ser frágil que respira y siente, claro. Ejercita tus agarrotados sentidos y aunque duele como luego del primer día de gimnasio, los tonifica.

Hace que tu memoria rejuvenezca y despierte aquellas sensaciones encajonadas en naftalina. Revive los olores, los sabores, los sonidos, el tacto y aquellas imágenes que dabas casi por perdidas, surgen como de la nada y devuelven contrariamente, un sabor explosivamente dulce condimentado con sonrisas, confidencias y mucha pasión por todo lo vivido.

El dolor también activa un complejo mecanismo de autodefensa, que ayudado de esas sensaciones, te devuelve un estruendoso cachetazo en toda tu humanidad. Te hace ver que no eres un accesorio ni un nuevo Gadget o aplicación versión 7.0 que puedan fácilmente reemplazar o eliminar.

Descubres que el tiempo pasa y cómo pasa!! Que estás vivo y sientes. Que cuando tu tiempo llegue a su final, seguramente, alguien te mantendrá como ese callo, ese anillo de compromiso o esas gafas recetadas. Pasarás a ser una parte esencial de los que alguna vez te amaron y el ciclo se repetirá otra vez, con ese sabor amargo del dolor, de la vida.